sábado, 15 de agosto de 2009

Cartas de amor para ti I


Cielo mío:



llega la noche y con ella , todas las penumbras y miedos acumulados durante el día.
Los caminos inciertos, las dudas, el temor a lo ignoto, a lo que presumimos luz y encontramos hecho sombras.

Llega la noche y las pupilas tratan de guardar el máximo de la imagen que forjará los sueños: quizás, el aleteo de un pájaro azul, una flor amarilla que parece un sol, una nube blanca, muy blanca persiguiendo el ocre del ocaso; quizás, una mano extendida ofreciendo un algo o un mucho, unos ojos que al mirarlos parece que embrujan, o una sonrisa siempre estampada en el rostro que se hizo eterno.
Quizás también, por qué no, una boca que invita al beso en un silencio de rumor de bosques, de marejadas lejanas en el cuenco de una caracola.

Amor mío, llega la noche, esta noche, la que vivo entre el calor de unas paredes que atrapan y la libertad de un espacio que abarca la vida. Llega el momento, de sentir que en las horas nonas, tu piel es el mejor abrigo de la madrugada, tus brazos la seguridad de no caerme y tus hombros, amor, tus hombros , el consuelo de un alma agitada por todos los miedos.

Me pides te sueñe, te pido me sueñes y en el despertar de una nueva aurora, seas el fulgor que mis ojos ansían.
Buenas noches , mi amor.


Te besa, quien te llama en cada latido de su corazón...yo.

lunes, 3 de agosto de 2009

Carta a mi Madre


Amada mía, mamá:


Pareciera una ironía el escribirte esta carta, cuando habito en estos tiempos, en el hogar que forjaste junto a mi padre, precedido en el tiempo de las despedidas siempre tempranas, siempre nostálgicas, nunca asumidas totalmente.

Pero aquí estoy, frente a esta pantalla, en el cobijo de la noche y bajo la música de la lluvia que la refresca. Desde aquí me es dable escuchar tu respiración, me acompaña siempre en madrugadas de insomnio, de tristezas infinitas, de silencios y secretos, de una soledad necesaria para que no veas mis ojos tantas veces llenos de lágrimas.

Porque lloro madre, lloro por tanto pasar en la vida de la mujer que pariste y que hoy es tan anciana como tú. Lloro por mí, por mis desaciertos, por mis dolores callados disfrazados de sonrisas. Lloro por ti, porque eres una pavesa que se me va extinguiendo, sin poder hacer nada, tú, que me enseñaste desde que me recuerdo en la tierra, jamás decir "no puedo", sin haberlo intentado todo. Me frustra no encontrar el camino viable a la salida de este laberinto trágico y sin regreso a los pasos dados. Me dueles madre, porque sé que el tiempo es implacable, es un tirano que pasa en contravía de lo deseado.


Mas, en este momento, déjame decirte ¡cuánto te amo!, cuán orgullosa soy de ser tu hija, cuánto me has dado en la formación de hogar grande inculcado hasta lo más profundo de mi ser y en el ser de mis hermanos.

Te ves tan frágil, tan brizna y sin embargo estás hecha de una materia fuerte, magnífica, porque eres una mujer magnífica. Lo que llevo de vida, lo que me queda, no alcanza madre, para demostrarte, para retribuir en algo, todo el amor y la dedicación con que nos criaste.

Pero mi alma está contrita, tu dolor me atraviesa, me parte en trozos que cada noche, cuando nadie me ve, recojo y reconstruyo para que no percibas (al menos es la ilusión que tengo, porque tienes ese mágico sexto o décimo sentido maternal que todo lo sabe) el rompecabezas en que me he convertido.


Mamá, cierro los ojos y me veo contigo en cada etapa de la vida, en cada aprender juntas desde la escuela las materias que estudiaba, siempre sentada a tu lado, leyéndote y tú preguntando todo. Como en una película muda pasando rapidito; me miro creciendo de tu mano, mano que sabías debías soltar un día, con todos tus temores, angustias, para que volara del nido a realizarme en mi propia vida y en el lugar que tocara. Me siento mamá aún apretada a tu regazo cuando el miedo hacia presa de mí. Hoy es mi pecho el que te acoge y mis brazos los que te sostienen.


Esta carta mamá pudiera ser muy larga, sin embargo, sólo quiero dejarte escrito, publicado y refrendado el infinito amor que te tengo, porque como tú...no hay dos. Sí, bien lo sé que todos los hijos sienten lo mismo, o al menos debieran sentirlo. Pero eres mi madre, la que conozco, la que me ha cuidado y cuida pendiente de cualquier gesto mío, más que de sus propios pesares. Te amo mamá, cuenco de mi vida, barro del que me hiciste tierra en el mes en que me trajiste al mundo. Lo bueno que pueda haber en mí, te lo debo a ti.

Te amo mamá y quiera Dios obre el milagro de abrazarte, llenarte de besos cada día , por un tiempo alargado en las fechas escritas de los finales.


Mujer maravillosa, infinita, mamá, ¡bendición!


Con todo mi sentir bonito para ti, en la nunca despedida,

tu hija, la mayor.

Yo.