sábado, 3 de mayo de 2008

Carta a Dorian Grey



Querido Dorian:

Oscar en su afán de darte a conocer, hizo llegara a mis manos , hace mucho tiempo,
¡ tanto! que no recuerdo el cuánto, su novela donde hacía de ti el capricho de Basil Hallward, el pintor cuasi fracasado que hizo de tu imagen, el cenit de su gloria, en la creencia de que tu belleza , era la causa de su inspiración para su arte renovado.
Y tú, cual Adonis de finales del siglo XIX, cual Narciso moderno, influenciado por Lord Henry Wotton, te entregas al mayor de los hedonismos, proclamando junto con él, que, “lo único que vale la pena en la vida es la belleza, y la satisfacción de los sentidos”. Llegó el día en que no tardaste en darte cuenta como ocurre en la vida, que todo se acaba, deteriora, envejece, muere. Y desesperado ante tu magnífico espejo del cuadro que te refleja capturado en el tiempo, en plena juventud y belleza, clamas por esa inmortalidad, por permanecer asi, como fuiste pintado, como fuiste glorificado por los amantes de las beldades. Se te concedió el deseo. Fuiste entonces presa fácil de la entrega al libertinaje, a las perversiones de la carne, del cinismo, del desprecio por el otro ser humano, prójimo de ti, mientras en la oscuridad de tu despacho, oculto bajo las sombras , el cuadro iba manifestando cada horror cometido, cada bajeza de alma, cada sentimiento vil, desfigurándose, envejeciendo. Así llegaste asesinar a tu mentor, huiste de ti mismo y te encontraste con la peor de las caricaturas en el pavor del cuadro que reflejaba tu alma. Presa de la locura, del no poder escapar de todos tus infiernos clavas el cuchillo que desgarra tu espejo en el cuadro pintado que te hacía inmortal. Pero como suele pasar con todo hechizo recuperado, y en manos de Wilde , tu tiempo en el retrato te volvió joven, hermoso y de mirada limpia , mientras que tú, hombre mortal, morías hecho el monstruo que en realidad construiste a través de la vida.

Ciertamente, Oscar Wilde, bien supo manejar los intríngulis del alma en el ansia de una eterna juventud plena de belleza, caparazón que muchos creen es el fin de pasar por la vida, sin percatarse, que es el alma y el corazón, los que marcan la verdadera belleza reflejada en cada mirada, en cada gesto de cualquier Cuasimodo, enamorado de Esmeralda.
Lugar común esta historia del saber que sólo desde adentro se irradia la belleza, mas, como siempre me impactaste y aprendí de ti, que cada acción ejecutada era una marca en mi rostro, o el despeje de una lágrima, te escribo estas líneas con el convencimiento, que ninguna fotografía guarda el mañana, sólo el instante que fue presente en la lente que capturó la eternidad.