martes, 3 de noviembre de 2009

Carta al vacío


Desconcertante vacío:


Perdone usted, no escriba su nombre en mayúscula, pero como comprenderá su propio significado me resulta hueco, vano, siendo la oquedad de un todo o del trozo de algo que habitaba en mi ser, sin hablar de lo que significa usted, cuando un miembro, una parte del organismo interno o externo del cuerpo que me contiene, es cercenado, lo que queda entonces es otro vacío. Podrán en lo externo crear simuladores, reconstruir con artificios, pero dentro de una se sabe a ciencia cierta que el vacío persiste.
Mas, no es ese el que me preocupa, ni quita el sueño, ni me entristece, estoy viva por ello. El vacío que merma mi existencia en lo etéreo de mi ser, es el vacío sin nombre y con todos los nombres, es la hondura del sentir, sin sentir asidero alguno, es la sensación de tristeza en una soledad íntima, sin espejos, ni palabras.
Es usted el causante de unas lágrimas que afloran en mis silencios, de mi andar lento, pesado, de mi mirada triste y perdida en el horizonte que ondea ante mis pupilas.
No me reconocen quienes me conocen y aman, no me reconozco en el no conocerme y amarme aún a pesar de los esfuerzos por no desfallecer.

Es usted, señor vacío, adjetivo que no contiene nada, el que perturba mi otoño invernal.
Sería una ingrata si digo no tener amor que llene, mas, el esquivo, el que dejé en un recodo del camino, horadó mi alma y me dejó sin tiempo.

Nada más quiero decirle, nada más puedo expresarle. Será un estado, una espina clavada en lo que ni sabemos existe y llamamos alma. Será el pasar en los pesares.

De usted, sin ánimo de seguirle teniendo entre mis destinatarios,

Yo, quien alarga las manos al vacío de un espacio, sin ti.