sábado, 31 de enero de 2015

Carta a la obsesiva...¡soledad!


¡Cuántas veces he leído en tantos escritos, escuchado en tantas canciones, el saludo que te nombra: hola soledad!
No seré menos:

Hola soledad.

Con minúscula, que la S así, grande, te hace sujeto con nombre propio, nombre de mujer con mirada triste, con las manos cruzadas en el regazo vacío; sin embargo, a pesar de letra pequeña, eres inmensa en lo que tocas y abarcas y vives y encarnas, porque, como siempre en emociones, en sentimientos volcados en palabras de ermitaños, de huraños refugiados en apartes mundanos, eres la compañera intangible, la novia sin velo y ramo de flores, la que espera al amado o a la amada, la inasible entre lo etéreo y lo palpable, la presente en la ausencia, la que abraza y abrasa sin mediar en la vida que te contiene.

Hola soledad. No sé en qué momento te instalaste en mi habitación, en mi cama, en la casa que habito, en las calles que recorro, en la mirada que otea horizontes lejanos. No lo sé. Sólo sé que siento tu mordida en mi alma, el desgarro en la muda voz que se ahogó en mi garganta.

Y de pronto, los versos de Nelly Fonseca Recavarren, en su poema Soledad se imprimen en mis pupilas:

Mi madre debió llamarme
Soledad.

Nombre inmenso como el cielo;
nombre amargo como el mar...
Mi madre debió llamarme
Soledad.

Soledad, porque mi boca
se ha olvidado de besar;
porque las rosas se mustian
sin abrirse en mi rosal,
mi madre debió llamarme
Soledad.

Un ángel negro, a mi vera,
siembra más huertos de sal,
Jazmín que mi mano toca
no florece jamás.
Mi madre debió llamarme
Soledad.

Me llaman con otro nombre
que suena a plata y cristal.
Me llaman, mas no respondo;
pues, en mi lírico afán,
yo sé que debí llamarme
Soledad.

Soledad de noche oscura
que presagia tempestad.
Soledad de campo raso
sin un árbol ni un cantar.
Soledad de lo infinito:
soledad de cielo y mar...
soledad como la mía:
¡Soledad!


¿Qué más decir ante este incuestionable poema que lo dice todo en el presagio de toda tempestad?
Me siento exiliada de mí misma, me siento forastera de mi vida. Nada más puedo escribir, se duermen mis dedos ante el teclado. La mano siempre extendida, se cierra en un puño apretado que hace sangrar la palma, gesto involuntario en el poco lírico afán de atraparte soledad, para dejarte ir.

Miro a mi alrededor, escucho el silencio...pesa, duele.

Sin más, hasta siempre...soledad.

Yo.

lunes, 5 de enero de 2015

Al amor



¿Cuándo no es propicia una carta al amor?

Adquieres alma, porque estás hecho de alma, adquieres piel, en los seres que despiertan tu emoción, haciéndose sentimiento. Eres tangible en lo intangible.

Saltas en el trampolín que es la vida. Eres risa, llanto, alegría, tristeza, nostalgia, melancolía, felicidad a ratos, angustia a momentos y todo ese sentir que nos abarca, que nos mueve y guía con el timón de tus apetencias.

Navegas por mares ignotos, naufragando la lágrima que se formó en alguna mirada que te supo ausente, regresas a la playa, vuelves a los ríos, a los deltas y así a los mares de siempre, yendo a la deriva.
Vuelas cual águila indómita sobre riscos escarpados, cual colibrí multicolor libando la miel de la flor que se entrega a tus devaneos. Saltas y vuelves a saltar en este trampolín sin mella, sin descanso que es la vida.

Y, a pesar de todo, a pesar que te encuentre "en el rescoldo de una columna quebrada", seguirás siendo el motor que impulse el vivir.

¿Cómo no escribirte amor, una carta?

Siempre tuya.

Yo.