martes, 22 de julio de 2008

Carta a la Tristeza


¿Querida tristeza?


No lo sé, no me parece tan adecuado el encabezamiento. ¿Amar a la tristeza? Alguien me dijo una vez, que tenía por bandera la tristeza, que manipulaba con ella. Y me quedé pensando en lo corto y ligeros que somos a veces para juzgar al otro.

¡Mi tristeza, mi diáfana tristeza! Producto de recoger en tiempos que se cuentan en años, tanto golpe y esquivos para no caer. Abate la tristeza y tú, te instalaste un día cualquiera, sin pedir permiso, sin avisar, ante el sacudón de una pérdida, de un desengaño, y de un miedo llegado al pánico, ante la inminente muerte de mi madre. Sufri el duelo, antes de morir ella y no murió. Gracias debo dar al Altísimo, a mi Dios de todos los hombres, o de los hombres y mujeres que creemos en Él. Pero quedó esa espina clavada, ese apagarse mis ojos, sin yo quererlo, siempre tristes ellos por naturaleza, se fueron haciendo hondos y pequeños, casi ciegos ante la vida que tengo por delante. Quien sí acaba de decir adiós es mi padre.
¿Y aún se puede pensar que manipulo con mi tristeza: cuando lo que quiero es la alegría que siempre danzaba en mí?

He tenido que sortear mil causas, mil retos, para seguir viviendo y en esta lucha, cuando mi boca sólo sabía reir, ahora dos surcos a su lado, muestran junto con mi ceño, el paso de unos años acelerados.

Tristeza mía, que canta como los poetas y los bardos, que deja algún poema regado por alli o una prosa que habla de amores perdidos y encontrados que hacen penar ante el ansia de vivir, el momento y la vida de mañana. Catarsis sin duda, de una pena que no sale , que se inscrustó arraigando en mi vida el torrente de unas lágrimas que hoy son manantial que fluyen sin reparo alguno.

Querida tristeza, emoción que a veces me suelta y deja que mi voz cante cascabeles de risa y de alegría interna, para luego, al recordar en un instante, que acabo de ser una tonta, ante un detalle o una urgencia ante el desamparo, vuelve y ruge en frustración y conflicto constante.


No sé cómo llamarte, no sé cómo alejarte de mi sin que me dejes también con la sensación que debo saberte para poder apreciar las virtudes de la alegría y del andar por la vida de la mano de la amada o del amado que llegue a tomarla, sin reparar si peso 90 kilos o soy una enana o una mujer con los años marcados en la piel, pero con el alma intacta para ofrecerla en el mayor y más grande amor jamás sentido y ofrendado.


No los sé, tristeza mía, ni tan siquiera sé por qué se me ocurrió ahora mismo, escribir esta carta para ti.


Atentamente..Yo, la que te sufre.

Carta a Mafalda


Mi querida Mafalda:

¡Cuánto tiempo queriendo escribirte esta carta! Y al ir a escribirla, siempre me quedaba pensando en lo que en realidad quería decirte. Porque Quino hizo que llegara a mis manos tu historia cuando ya ibas por los ocho años, teniendo yo, escasos veinte.. Hoy el tiempo nos ha unido más, esos doce años de diferencia nos ha acercado y hecho más unidas en el comprender todo lo que vigente sigue por esta tierra, cuando apretabas tu globo terráqueo, con comprensas de agua fría puestas por ti, tal era la fiebre que por ese entonces vivía el mundo. Me enamoré de ti y de tus amigos a primera vista. Desde entonces, por lo menos una vez al año, te leo en los libros que recogen todo cuanto Quino creó en y por ti.
No pude escapar de tu encanto, en toda su sabiduría para una chiquilla que despuntaba a la vida. Imposible olvidar, tu risa de horas ante el diccionario, al descubrir el concepto de democracia o las preguntas incisivas que dejaban a tu padre, (del cual nunca sabremos el nombre y por siempre será el papá de Mafalda), fumando como un desesperado y tú yendo a comparar “Nervocalm”. ¿Cómo no sonreír ante tu fobia a la sopa?, justo la que un día nos descubrió el nombre de tu mami, cuando ante un plato de sopa humeante parada como siempre en tu silla, le dijiste…” Le parecerá triste, Raquel, pero en momentos como este, MAMÁ es tan sólo su seudónimo”, Seguí todos tus tiempos ante “ese vil brebaje”, no pudiendo allí ser tu cómplice en el disgusto por ella, porque yo al igual que Guille deliro por la sopa.

¡Guille!, el hermanito que llegó a ser esa parte-apéndice necesaria para complementar tu anarquía a veces, pesimismo otras y las ráfagas optimistas siempre de querer mejorar al mundo. Guille a mi manera de ver, vino a ser el equilibrio justo en la hermandad que siempre superó a unos padres asombrados, atareados, para llevar a cabo su misión de supervivencia familiar.
Luego llega la calle, tu calle, que siempre aparece en tu entorno y vida, al igual que el parque donde llevabas con un cordel a “Burocracia,” tu tortuguita, desafiando las risas de quienes te veían, ante tu libertad de sacar a pasear y tener la mascota que quisieras, es allí, donde encuentro a tus amigos, a los entrañables que fueron apareciendo y haciendo de ustedes la camarilla en una amistad que retrató tantas personalidades, como tantos todos fueron creados.

Felipe, dientes afuera, pelo de zanahoria, ordenado y a la vez displicente, dejando todo para último momento, intuyendo quizás el saber que un repaso dado a tus deberes sería suficiente para dejar claro tu inteligencia y aplicación en los mismos. Tus temores te superan, además eres el mayor de la pandilla y el guía de los otros que van un paso tras de ti. Por no comer pollo o carne al pensar en los cadáveres que son, eres capaz de hacerte vegetariano. Sin embargo, en tu andar por la vida, tu imaginación te hace grande en la virtud del niño que siempre serás. No sabes Felipe lo que me identifico contigo.

Manolito, cabeza dura, apabullado por un padre gallego que sólo tiene en mente su tienda de abacerías, fijando valores de “no importa si esta pasado, rancio o viejo, el asunto es vender” y tú, todo lo vendes y todo lo miras bajo el signo de la moneda. Aunque amigo, eres de abrazar y estar, a pesar del “pique constante con Susanita”. Eres del grupo, el de sentir por ti la mayor de las ternuras al mirarte bajo un grifo en la batea de un lavandero de trastienda, un verano cualquiera, cuando todos los demás gozan de la playa, los ríos o montañas. Tu odio por los Beatles, hace trizas los discos de vinilos de Mafalda y acentúa de alguna manera, a pesar de tu gallego, la argentinidad que te inunda.

Susanita, ¡cuántas Susanitas he conocido en mi vida!. Egoísta, envidiosa, racista, chismosa. Mujer, sinónimo de: hogar, matrimonio e hijitos. Casarte con un millonario, eso si, para ser parte de una sociedad, donde te reunirás con las demás damas de la sociedad, para preparar banquetes con todos los manjares inimaginables, para asi, recabar fondos y comprar, “todas esas porquerías que comen y usan los humildes.” Siempre encontraré una Susanita en mis caminos y siempre alguna vez, sin querer, lo de la pareja y los hijitos, puede que me den rasquiña y deseos de haber procreado alguno, alguna vez.

Miguelito, el niño que sólo aspira a ¡vivir!. El del pelo de hojas de lechuga, organizado, decidido a ser el mejor intendente de sí mismo. Preguntón de todo, quien un día andaba todo apesadumbrado porque tenía “una angustia en esta uña”. Analista de su mundo interior, sintiéndose el centro de todo el universo, y pidiendo a gritos lo dejaran ejercer de niño, o si no, para qué servía serlo. Cándido y meditabundo, realista y soñador. Un poco o mucho de ti, guardo en mi ser.

Libertad, contestataria, hija de padres modernos, con ideas revolucionarias y siendo en su tamaño la real semejanza de lo que es la libertad. Amiga seria, que le gusta la gente simple. Quien en su cuarto colocó en la pared, un mapamundi gigante y al hacerle notar Mafalda, lo había puesto con el norte hacia abajo y el sur hacia arriba, sólo argumentó: norte o sur con respecto a qué. Y es verdad…norte o sur con respecto a qué. Pequeña en tamaño, verdad andante de la realidad de la vida y el momento histórico vivido.
Y llego hasta aquí, sabiendo Mafalda, amiga querida de toda la vida, centro de una comunidad que hiciste global, con la que hemos podido convivir cada realidad y sueño a través de los ojos adultos/niños que tienes. Sé que me quedan hojas y hojas y mucha tinta para escribir tu carta, mas, no quiero aburrir. Ahora has crecido en años ya y sin embargo, cada vez que te leo, parece que fue ese día , del día de hoy que Quino, escribe y dibuja la viñeta que cuenta tu historia. Presagio de un hombre que supo plasmar en un país americano, todo lo que ocurre en todos los países de este orbe, que existió antes de Miguelito, aunque a él le sea casi imposible comprender, para qué existía sin ellos, sin él.
Tiene razón Manolito, “somos pocos y nos conocemos mucho”.

Con todo mi amor, extensivo a Quino, alias, Joaquín Salvador Lavado.

Yo, a quien en la Universidad llamaron Mafalda... alguna vez.

martes, 1 de julio de 2008

Carta a la Felicidad


Querida felicidad:


Oh, veo arriba escribí tu nombre en mayúscula y aqui en mi encabezado, se redujo a un triste principio en minúscula. ¿Será que de alguna manera el inconsciente, sabio y seguro de lo que hace en medio de su oculto hábitat, sabe de cierto que comienzas en grande y terminas en pequeño? ¿Será que en realidad, como dicen tan repetido por alli " la felicidad tal vez ni existe", y lo que vivimos son "momentos eufóricos"?

Porque si no, ¿cómo se entiende que una pueda pasar de una alegría inmensa, que te plena, que te hace ver luces de colores sin jamás tomar algo más que no sea agua mineral, a una tristeza que te agobia, que te hace sentir miserable, como si el mundo te debiera algo o la pobre vida que nada tiene que ver de cómo la vivamos, te cobrara un no sé qué, de un algo más, de lo que ignoro?

He hecho un viaje en estos meses por varios mundos interiores, (de mí , que no del Viaje al Centro de la Tierra de Verne, ni a las Veintemil Leguas de Viajes Submarinos, del mismo autor, de paso, obsesionado el hombre con las simas y lo profundo) ¡no! , en todo caso mi obsesión va ligada a mis estados de ánimo. Si bien es cierto que no he caminado por lechos de rosas últimante con tanto avatar y tanta pérdida, no puedo negar que he transitado por un camino que me tiene en una tira de lectura de un electrocardiograma, con las variaciones más enrevesadas, con puntas que tocan los límites de salirse del cuadriculado, o de bajar hasta caer definitivamente del papel y el doctor recogerlas del piso.

Tantas veces hablamos de la felicidad, la deseamos a todos. "Hoy cumple años Fulano de Tal o Fulana, que no estamos para discriminaciones" y uno salta, feliz cumpleaños, felicidades, felicidad. Si nace un bebé, si se gana un premio, si se casa una, si se consigue un billete de lotería premiado tirado en el piso y nunca reclamado por quien lo compró, si viajas, si vas hasta la esquina, es decir, en innumerables cisrcunstancias, siempre te desean y deseas "felicidad", pero no sólo para los otros, la aspiras sentir tú también y es allí, donde comienza Cristo a padecer. Porque la felcidad no debe buscarse, debe reconocerse, según lo miro, repito, después de haber hecho esos viajes interiores. Y en el momento en que esa emoción inigualable te embarga, sin pensar en sus procesos neurales ni en el "sistema límbico", es cuando una(o) debería dejarse llevar hasta el paroxismo, que no de la tira del electrocardiograma, si no del disfrutar al máximo el regalo divino de poder sentir al menos en un instante ese chispazo que te hizo olvidar que dentro de un rato, se apagará y quizás, vuelvas a sentir, que la soledad sí existe, que la tristeza es un don para los poetas y los bardos, que no todo puede ser lo que queramos o deseamos, simplemente pasa el momento y debes atraparlo y conservarlo en la memoria, para cuando pienses en ella o en él, o en el paisaje que dejaste atrás, sonrías pensando...yo también fui feliz una hora ayer.



Hasta siempre querida Felicidad, en este andar por el vivir, ojalá me tropiece contigo algunas veces más.


Atentamente,

Yo, quien ahora mismo, siente correr una lágrima por sus mejillas.