
¿Querida tristeza?
No lo sé, no me parece tan adecuado el encabezamiento. ¿Amar a la tristeza? Alguien me dijo una vez, que tenía por bandera la tristeza, que manipulaba con ella. Y me quedé pensando en lo corto y ligeros que somos a veces para juzgar al otro.
¡Mi tristeza, mi diáfana tristeza! Producto de recoger en tiempos que se cuentan en años, tanto golpe y esquivos para no caer. Abate la tristeza y tú, te instalaste un día cualquiera, sin pedir permiso, sin avisar, ante el sacudón de una pérdida, de un desengaño, y de un miedo llegado al pánico, ante la inminente muerte de mi madre. Sufri el duelo, antes de morir ella y no murió. Gracias debo dar al Altísimo, a mi Dios de todos los hombres, o de los hombres y mujeres que creemos en Él. Pero quedó esa espina clavada, ese apagarse mis ojos, sin yo quererlo, siempre tristes ellos por naturaleza, se fueron haciendo hondos y pequeños, casi ciegos ante la vida que tengo por delante. Quien sí acaba de decir adiós es mi padre.
¿Y aún se puede pensar que manipulo con mi tristeza: cuando lo que quiero es la alegría que siempre danzaba en mí?
He tenido que sortear mil causas, mil retos, para seguir viviendo y en esta lucha, cuando mi boca sólo sabía reir, ahora dos surcos a su lado, muestran junto con mi ceño, el paso de unos años acelerados.
Tristeza mía, que canta como los poetas y los bardos, que deja algún poema regado por alli o una prosa que habla de amores perdidos y encontrados que hacen penar ante el ansia de vivir, el momento y la vida de mañana. Catarsis sin duda, de una pena que no sale , que se inscrustó arraigando en mi vida el torrente de unas lágrimas que hoy son manantial que fluyen sin reparo alguno.
Querida tristeza, emoción que a veces me suelta y deja que mi voz cante cascabeles de risa y de alegría interna, para luego, al recordar en un instante, que acabo de ser una tonta, ante un detalle o una urgencia ante el desamparo, vuelve y ruge en frustración y conflicto constante.
No sé cómo llamarte, no sé cómo alejarte de mi sin que me dejes también con la sensación que debo saberte para poder apreciar las virtudes de la alegría y del andar por la vida de la mano de la amada o del amado que llegue a tomarla, sin reparar si peso 90 kilos o soy una enana o una mujer con los años marcados en la piel, pero con el alma intacta para ofrecerla en el mayor y más grande amor jamás sentido y ofrendado.
No los sé, tristeza mía, ni tan siquiera sé por qué se me ocurrió ahora mismo, escribir esta carta para ti.
Atentamente..Yo, la que te sufre.