sábado, 3 de mayo de 2014

Una simple carta de amor


Amor mío:


¡Qué lugar común para comenzar esta carta! Te llamo mío, amor, sin percatarme que en las distancias, en el tiempo que corre impasible, los amores, el amor, no nos pertenece.
Ese sentimiento que nos envuelve, nos mueve, nos aterra o nos hace valientes, irracionales, es un todo que anida en una,  sin distingos de nada. 

Vago en tu nombre, naufrago en el mar que escogimos,  a dedo, para hacerlo parte de nuestra deriva, parte de un verso, parte de la narrativa que forja una historia. Capítulo a capítulo, nos fuimos evaporando, lejos quedan las euforias, el temblor de ver tu nombre grabado en mi teléfono, la sonrisa fácil, el mojar los labios presintiendo los tuyos, el  ahogarme de felicidad al escuchar tu voz.

El mito naufraga, tejer ya no es tarea de Penélope, ni mía tampoco, ya no espero, y eso, es triste, porque al no tener margaritas para deshojar, me tocó desgranar horas, minutos, tiempo y con él, la memoria y el olvido.

Quizás suene raro, pero al voltear la mirada, un espejismo se diluye en el camino que atrás queda y en él, apenas sobreviven  trazos de tu imagen que nunca fue real,  porque nunca pude mirarte de cerca y  acariciar con el dorso de mi mano, tu rostro. El espejismo se lleva el dibujo imposible.

De pie un rato, sentada otro, el horizonte siempre es una pupila en línea delante de mi y lo miro ausente, como ausente escucho ese eco que siempre me trae un rumor de voces,  de las tantas veces que grité tu nombre y sólo silencio recogí del viento.

Amor mío...¡tanto me pasa! y tú no estás, ¡tanto te pasará! y siempre me negaste, mi estar.
Sé feliz en lo que cabe ser feliz. Buena vida, te deseo.

Yo.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Mis letras son un nido de perdices huérfanas de primavera. Las tuyas son el elixir ese, que da color a las rosas tras el doloroso invierno, para extraer de su belleza el perfume, que vas multiplicando y vertiendo entre trinos, bautizando y bendiciendo todo aquello que te toque.
¿Amarte? ¡Toda la vida!