martes, 23 de septiembre de 2008

Carta a la última ausencia


Mi "instalada" ausencia:


Instalada, ¡sí!, porque de querida poco me queda decir, aunque he de reconocer que llegan momentos, días o instantes que una ausencia, o dos , o tres, se hacen necesarias para poder seguir adelante, sin lastres en menoscabos de salud mental y hasta física.

Y es que ocurre, mi querida ausencia, (solventadas algunas razones, te miro, querida, aunque aún con un toque de ironía en el tono de ese "querida", lo confieso), ocurre repito, que aunque me has desgarrado el alma, roto el corazón, hecho harapos la piel y diluído en un mar de lágrimas los ojos, he tenido que aprender a sobrevivir a todas mis ausencias.


Ausencias repetidas en seres amados que han partido antes, algunas inesperadamente, otras a sabiendas ocurrirían más temprano que tarde, otras en el tiempo de pasar largo y otras en mis mascotas, compañeras fieles de años de mi vida, de amores que sólo parece comprenden quienes tenemos en ellos a amigos y compañeros solidarios, entrañables y entregados realmente a un@. He tenido que pasar y pasar por el calvario de un víacruces de ausencias de amor.

Partidas irremediables en el ocaso de alguna relación de pareja, donde el despedirse es largo y doloroso, aunque nos encontremos luego inmersas en otra dimensión del amor, logrando ser compañeras, amigas y hasta confidentes de quienes un día aparcaron en el sentimiento y creímos en el repetido "para siempre", cuando Sabines, nos hizo saber en sus versos que el siempre tiene fecha de caducidad:


"¿En qué lugar, en dónde,
a qué deshoras
me dirás que te amo?
Esto es urgente
porque la eternidad se nos acaba..."


"Porque la eternidad se nos acaba", y es verdad. Entonces llega el momento de otras despedidas, de otro comprender que es difícil rescatar algo de lo que nos llenó de ilusiones, de sueños y hasta de arquitectura en el construir un mañana (idílico, lo sé, ¡total! ¿quién sabe de mañanas ciertas?) pero de guardar en el corazón la esperanza y el paso firme sobre la tierra de un convivir entrelazadas hasta el final de la carne, que del alma ya sabemos lo que se dice por allí tan repetidamente como un eco entre montañas.

Alguna vez, en este otoño de hojas que caen, al ir cumpliendo su etapa asida a las ramas de su árbol, he quedado atenazada en una barandilla de algún aeropuerto, viendo alzar vuelo no a un avión, a un amor. En otra, he esperado, luchado, por "comprender" cómo se puede amar y esperar ser amad@, prohibiendo hasta el estar a cien kilómetros a la redonda en un todo vedado, reducida la expresión y el estar presente en "carne viva", a los caprichos de una parte, por razones equivocadas y maneras más equivocadas aún de emprender, dizque un camino, sumidas en un limbo, que no en tierra firme.


¿Cómo estar presente si ni puedo llamarte, ni me llamas, ni puedo escribirte, porque no tienes privacidad, dejando todo a la modernidad de hoy en unos mensajes de texto telefónicos, que a veces enredan más que desenredan, sometiendo la vida a un NO constante?

Entonces...llega el momento de las ausencias todas, en la estación penúltima de la vida. Acude a instalarse el silencio anunciado y nunca creído por tanto adiós dicho en el transcurrir del tiempo y tanto volver con la intención de quedarse, hasta que ¡ya!, se rebasan todos los vasos y se instala esa ausencia que quema, que nos deja huérfanos, desorientados, perdidos y con el sabor amargo de lo inconcluso, la frustración de no haber sabido nunca a qué saben los besos de una boca siempre ansiada, prometida, pero que al arribar al momento del llegar, forman sus labios la figura redonda de un nO colosal, huidizo.


Es por ello, mi querida, rara, etérea, extraña en lo que incumbe tu existir, ausencia de hoy, que dejo al azar del tiempo, la cura de la herida que dejaste, como han sido sanadas otras heridas, que dejaron huellas profundas en su momento y que al pasar el inexorable tic-tac del reloj de la vida, cual dunas danzantes, se han ido diluyendo en las cicatrices que quedaron.

No niego recuerdos gratos, no niego los sueños siempre alentadores, lo que me duele es...

Pero me alcanzará el día, que ya no dolerán. Ya mi bendita manía de creer en todo y ser verdad en todo, hará de mí, la nueva fortaleza para seguir de la mano de las presencias que hay en algunas ausencias y en las manos que aprietan o apretarán las mías.


Hasta siempre ausencia...que así me llamo también Yo, en la vida que vivo.






domingo, 14 de septiembre de 2008

Carta a Jean Webster


Mi querida Alicia:


Porque tu nombre real, Jean Webster, era, Alicia Jean Chandler Webster. Tu segundo nombre y apellido, dieron autoría a una de las novelas que en mis años de juventud, comprada ahorrando las monedas de mi transporte al liceo, caminando bajo un sol inclemente, en tierra tropical, me permitieron soñar con alguna vez en la vida, publicar unas cartas que hicieran un manojo de ellas, atadas con cinta de color de rosas.
Papaito piernas largas me enamoró de Jervis Pendlenton, de su protagonista, Jerusha Abbot, y de los inocentes enredos que llevaron a la residente del orfanato a seguir su rumbo bendecida por la bondad de un miembro del patronato que sostenía económicamente al mismo, becándola para que siguiera sus estudios. Su empeño en conocerlo y la condición expuesta por el benefactor, que no se conociera su identidad, azuzaron la curiosidad y en el momento de querer agradecer lo único que logró divisar fue la sombra de sus piernas proyectadas largas hasta la pared, creando en su mente la imaginación de un hombre mayor muy alto, con piernas largas.

Las cartas que seguro muchos de ustedes leyeron también en su momento, son un legado de ti, Jean, de buena escritura, de un estilo epistolar que llenaba de emociones el corazón de una adolescente como yo, embebida en los libros juveniles de la época como Mujercitas, de Louisa May Alcott. O las novelas hasta de obligatoria lectura escolar como María de Jorge Isaacs, escritor colombiano, quien bien supo combinar el costumbrismo de la época, su entorno geográfico a la prosa de su novela, arrancando no pocas lágrimas a mi sensible corazón, en el habitar de mi mundo, donde mis únicos amigos eran los libros. Desde antes ya me había literalmente "comido", todas las novelas de autores venezolanos que me hicieron conocer a mi patria costumbrista, rural y campesina, como Doña Bárbara, Pobre Negro, Canaima y un largo contar de Cuentos como La hora menguada, El emigrante, de Don Rómulo Gallegos, el gran novelista y político, quien fuera presidente de la República en el año 1948, de quien supe después, ante la imposibilidad de procrear propios hijos había adoptado a una niña, a quien le leía todo lo que escribía y a la que jamás enseñó a leer. Circunstancia que siempre me ha hecho pensar en las rarezas privadas de los grandes hombres que ante el mundo muestran un rostro ajeno al propio, de la intimidad de su ser.

Así sería un no detenerme en las novelas y en sus escritores que dejaron huella en mí, me reservo el nombre y obra de alguna escritora venezolana, para quien siempre he guardado una carta muy especial.

Pero me dirás Alicia, me preguntarás en tu tratar de comprenderme, sobre todo en mi castellano, ¿por qué te escribo? Tú, de New York nacida en 1876, autora de obras juveniles donde retratabas el vivir en suburbios , orfanatos. Donde la situación de orfandad de otros movía tus fibras de mujer creyente en el ser humano, porque siempre a tus protagonistas los sacabas del ambiente en que se levantaron, triunfantes para la vida. No es raro escribieras y publicaras, sobrina de Mark Twain, hija de padre editor, fue la literatura el eje de tus estudios de Lengua Inglesa y Ciencias Económicas, colaborando ya como escritora al culminar estudios, en variadas y diversas revistas.

Es indudable que el tema escolar fue siempre el eje de tus publicaciones, de tu relatar la vida de los niños, de los adolescentes y sobre todo al conocer de la vida en instituciones que recogían huérfanos y delincuentes juveniles, el llevar un hálito de vida en la esperanza de verlos salir adelante en la vida, si se le brinda a estos jóvenes, la atención y la dedicación adecuada. Fuiste activista por los derechos de la mujer, por las reformas institucionales.

Es alli donde, las cartas a Papaito piernas largas, hacen de tu historia, la mezcla justa del denodado esfuerzo de superación de una chiquilla de diecisiete años, abandonada ya a su suerte al no ser adoptada antes de los catorce y siendo ya imposible el seguir en el orfanato, con el romance y adaptación a una nueva realidad desconocida, a un nivel social distinto, donde también encuentra no menos de una miseria humana a la luz de los albores de una alta sociedad. Siempre tenue, lo sé. Leí el libro mil veces Jean o Alicia, aún hoy sonrío ante esas misivas tan bien escritas, con ese toque de humor, la inocencia y el crecimiento en los años, dejando ver la madurez en las cartas que se convirtieron en su diario de vida, la de la Judy claro, hasta que escribiste esa última, corta, maravillosa, carta, culminación de una etapa y principio de una vida distinta en el matrimonio que le esperaba:


"Te extraño horriblemente, Jervie querido, pero es una nostalgia feliz; pronto estaremos juntos y ahora sí que nos pertenecemos sin duda alguna; nada de juegos de "hacer creer". Parece raro que yo por fin a alguien ¿no?. Pero es una sensación muy, muy dulce.... Y no dejaré que lo lamentes ni un solo instante.
Tuya para siempre,
Judy
P.D. Esta es la primera carta de amor que escribo en mi vida.
¿No es una maravilla que haya sabido cómo hacerla?"


Mi querida Jean, creo que de tu historia, lo que más me conmueve es la cortedad de tu vida, y el tanto hacer en ella, (otros pasamos más tiempo sobre la tierra y siempre dejamos un mundo para hacer después, que alli se queda, en el después).

En 1915 te casas con Glenn McKinney, quedas embarazada, ingresas al Hospital Sloan por la tarde del 10 de junio de 1916, a la 10:30 pm, diste a luz a una niña, todo iba tan bien, pero sin mediar mucho tiempo, sufriste de sepsis puerperal, dejando de existir (físicamente) el 11 de junio de 1916, a la 7:30 am. Contabas sólo con ¡cuarenta años!. Tu hija, fruto del amor con el hombre de tu vida y el amor que siempre fuiste para con todos, lleva el nombre de Jean en tu honor.


Hoy en esta mi carta que nunca escribí, quiero dejarte mi admiración y agradecimiento, por todo cuanto aprendí de ti, en tu estilo epistolar y luego, cuando la vida me llevó por ejercicio profesional a visitar centros de atención juvenil, cárceles y a vivir dentro de instituciones escolares para jóvenes y adolescentes, el tener claro lo que Rousseau decía, "denme un niño y haré de él lo que yo quiera que sea". En concordancia con las teorías de las Leyes de la Gestalt, nacemos para triunfar.


Papaito piernas largas, será siempre en mi corazón, un referente obligado en mis Cartas que nunca escribí.


Con todo mi afecto y respeto por tus causas,

Yo, la siempre soñadora con alguna sombra que refleje las piernas largas o cortas de la bien amada en la vida.




sábado, 6 de septiembre de 2008

Carta a mi hija


Amada mía:

Han pasado los años, aunque suene a bolero de la Durcal, ha sido así. Llegaste a mi vida, en momentos cuando yo despuntaba a la mía. Cuando yo apenas, comenzaba a abrir los ojos en el despertar del mundo y a los quehaceres que me tocaban vivir. Pero, conocí a tu padre y me enamoré “locamente” de él, como si el amor no fuera siempre una locura.

Y aquí estás, hecha una mujer, una adulta más grande que yo, quizás, -que no en tamaño de estatura física , que allí las dos vamos iguales-, en personalidad, en arrestos para afrontar los avatares del diario pasar de los tiempos de hoy.
Te miro mujer, madura, preparando tu nido para volar a él, en la “justa ley de la vida”, (¡leyes de la vida! tácitas leyes, vivas leyes, luminosas leyes y hasta grises leyes), y yo, me miro aquí…en tu espejo: detrás de él; en tu esperanza: asida a la tuya como nunca tú a la mía desde que nos conocimos y reconocimos como madre e hija. Porque nos “graduamos el mismo día en que naciste", en esta carrera, donde la verdad campea, en que nunca termina de tantos post-grados que hemos y estamos realizando.

Pero heme aquí, feliz por ti y con la desazón en el cuerpo y alma, porque ya no estarás más en este hogar que construimos para ti, para nosotros, -aunque entre tu padre y yo ya no exista el mismo compartir-, sigue aquí , en ti y en mi, por ser tu creador junto conmigo.

Heme aquí, acompañándote en todos los preparativos, no me sueltas y yo…que no quiero soltarte, lloro y río e imagino mi vida sin ti.

Tendré que, adecuarme al silencio, eres voz grave y bulliciosa. A entrar a tu habitación y encontrarla arreglada, sin los aretes tirados en cualquier parte o la ropa dejada sobre la silla de tu peinadora, para colgarla después en tu closet. Tendré que acostúmbrame a que no me regañes y yo a callar para no decirte cuatro cosas cuando me provocas o al decírtelas, andar luego las dos como perros regañados buscándonos para abrazarnos y decirnos lo siento al unísono, aunque las palabras huyan.
Tendré que acostúmbrame a no tener tu presencia diaria. Mas…mi imaginación vuela y de repente , te veo entrar con mi nieto, con tu esposo, hijo ahora de mi corazón. Y la vida vuelve a sonreír en eternidades de tierra, en saber que no fue una despedida, que fue una llegada cargada de amor y de buenos augurios en la labor cumplida en etapas de ser madre. Ahora tú, serás más mi hija, en comunión eterna, porque ahora soy madre por partida doble , pero serás tú la encargada de formar a tu hijo, arreglando nuestros entuertos en la formación que te dimos y cometiendo los tuyos propios. Cuenta conmigo, cuando te sientas abatida, cuando rías de felicidad y cuando tengas que comenzar a soltar las manos del ser que llevaste en tu vientre.
¡Sé feliz hija mía, que tu felicidad es la mía! ¡Sé feliz y vive la vida para la que te preparé, a sabiendas que algún día tendría que desprenderme lentamente de tus manos para que volaras libre a tu propio destino, hogar de tus amores!

¡Sé feliz vida de mi vida!

Tu mami que te ama infinito,
Yo

PD: ESTA SERÍA LA CARTA QUE HOY LE ESCRIBIRÍA A MI HIJA, SI HUBIERA TENIDO UNA HIJA.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Carta a la esperanza


Carta a la esperanza:

Mi querida esperanza. ¡Sí! A la esperanza de esperar, de creer en “algo que deseamos y alguna vez llegará, pasará, será dado, etc, etc”
Te escribo esta carta con la “esperanza” que alguna vez toda mi “desesperanza” quede guardada en el remoto lugar del ático de mi memoria, tratando ser olvido, de todo lo que me “duele, angustia, no llega, no pasa, no intento porque…, o porque hay otros que…o porque lo intenté millones de veces…o porque la paciencia tiene un límite…o porque de plano me cortaron las alas, o por otro largo, larguísimo etc”.

¡Cuántas veces me he aferrado a ti, cuántas otras sigo asida a tus hilos invisibles y que sólo el alma o el corazón son capaces de ver!
¡Cuántas veces repito a diario, “bueno, ¡que se le va a hacer, otro día será!", y dejo en la esperanza el logro de ese algo que esperaba con ansias o que, ilusa de mí, siempre, creí pasaría porque así lo soñé, lo desee, lo hablamos, lo planificamos o simplemente lo pediste alguna vez (es al amor aquí, a quien me refiero; a veces con la esperanza me pasa, que se me van los tiempos en los sujetos, verbos y predicados).
Porque si hay algo que está pleno, lleno de esperanzas es el amor. Y en mi amor, es ella la que me ha mantenido ayer, me mantuvo hoy y quiero creer que si hay alguna oportunidad para ese mañana incierto, sea mi esperanza la adalid que luche contra la desesperanza de sentirme una vez más, colgada en alguna rama del “árbol milenario del tiempo”, esperando por quien jamás se hará presente, y de quien ni siquiera guardo una imagen real, clara de su rostro, de su cuerpo, de su ser.

Tanto se ha dicho esperanza de ti. Todos te nombran, todos, te cargan de todas sus ilusiones y sueños, de sus realidades por realizar, de sus metas, logros, objetivos. Y tú, que todo lo llenas, te llamas dios, hada, maga, ángel, ser divino, en el cual creemos en creencia propia, para esperar , todo salga bien, todo sea dado en bienestar, así sea con un quinto de lotería.

Te pido esperanza mía, la que me habita, la que no me abandona, que sigas fiel a mí como yo lo he sido contigo, y que si alguna vez , aún muriendo, llegase a tocar sus manos, sería entonces, la muestra fehaciente, de que eres tú, esperanza, lo último que se pierde, habiendo aunque sea, un hálito de vida.
Y termino esta carta, con una frase que me identifica plenamente contigo:

Si supiera que el mundo se acaba mañana, yo, hoy todavía, plantaría un árbol.
Martin Luther King (1929-1968) Religioso estadounidense

Se despide de ti, yo, quien atentamente, sigue pendida de tus brazos, esperanza mía.